jueves, 24 de julio de 2008

El Regalo de Hida

Hace mucho, cuando el mundo era joven, un pequeño cangrejo llamado Hida nadaba en el río en busca de un regalo de boda. "Tengo que encontrar un presente para el emperador y su esposa", dijo mientras escudriñaba sin cesar de forma infructuosa.

Al fin halló una piedra que brillaba con todos los colores de la túnica de Dama Sol, oculta bajo el barro del río. Contento por haber encontrado el mejor regalo posible, regresó a Otosan Uchi.
Para cuando llegó ya se había hecho de noche, y la boda había acabado hacía muchas horas. Hida buscó al emperador y a su esposa, pero no lograba dar con ellos. Entonces creyó oír un ruido tras una puerta y se asomó. Vio al emperador tumbado boca arriba sobre su cama, cubierto de sudor y con expresión temerosa.

Observando en la oscuridad, comprendió el motivo. Sentada sobre el cofre del emperador había una escorpión con la cola lista para atacar. Hida contuvo el aliento. ¡El Emperador había desposado a una escorpión disfrazada!

El cangrejo se arrojó contra ella al tiempo que la asesina golpeaba el pecho de Hantei, pero al fuerza de la carga de Hida la desequilibró y la derribó. El samurai sintió su aguijón penetrar su piel, y en un instante sus miembros quedaron congelados mientras el veneno llegaba al corazón. Veía a la escorpión en el alféizar de la ventana, pero no podía hacer nada.

El Emperador se puso en pie rápidamente, empuñó su espada y la desenvainó. La mujer rió entre dientes. "Tenéis que elegir, mi señor" dijo. "Podéis perseguirme o ayudar al pequeño cangrejo que os salvó la vida".

El Emperador sabía que no había elección. Envainó la espada y tomó al diminuto cangrejo en sus manos mientras la escorpión escapaba. Dio las gracias al guerrero por su coraje y elevó una rápida plegaria por su alma, que ya huía de su cuerpo.

Pero entonces un destello del Sol se reflejó en el regalo del cangrejo, que había quedado tumbado en el umbral. El Emperador vio la piedra y la tomó en sus manos. "Tienes suerte. amigo mío", le dijo a Hida "pues ésta es una de las lágrimas de mi madre. La emplearé para sanar tu herida".
Por la mañana Hida estaba recuperado y el Emperador le dio las gracias por haberle salvado la vida. Después le entrego un presente: la pequeña piedra que era una lágrima de la Dama Sol. "Llévala contigo allá adonde vayas, amigo mío", le dijo. "Que sea tu nuevo hogar".

Y así el cangrejo salvó la vida del Emperador, y por eso todos los cangrejos llevan ahora su hogar a sus espaldas, para protegerse de las picaduras de los escorpiones.

(Extracto de "La Senda del Cangrejo")

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